lunes, 3 de junio de 2013

Fiji, una luna de miel entre caníbales



El siguiente destino en este viaje de febrero, fueron las Islas Fiji. El viaje estaba resultando exitoso, desde el punto de vista de salud, porque hasta el momento no nos habíamos enfermado. Así es que debíamos disfrutar los siguientes días en la playa.


Recibiendo el collar de bienvenida
¡Bula, Bula!


Pero antes de que les cuente cómo nos fue, les voy a contar mi choque cuando mi esposo me dijo que si me gustaría ir a Fiji. Choque es un poco exagerado. Resulta que había borrado de mi memoria una historia sensacionalista que hacía un par de años había leído en los periódicos suizos.

La memoria me volvió una noche, un par de semanas antes de viajar por ese lado del mundo. Mi esposo y yo estábamos leyendo para informarnos sobre los destinos a los cuales iríamos. En esa lectura antes de dormir, me tocó tener en mis manos, un libro sobre las Islas Fiji. Lo primero que leí, fue el chiste que todavía se hace sobre los habitantes de estas islas: sus orígenes como caníbales.



Playa Natayola 


Fue así que recordé la noticia del viajero alemán que había muerto en una isla de los Mares del Sur. Había viajado con su novia, también alemana. Como buenos europeos, valientes y curiosos, se adentraron en zonas no tan visitadas por los turistas. Viajaban en una pequeña embarcación. Al llegar a las Islas Marquesas, se encontraron con lugareños y los invitaron a cazar cabras.

Al día siguiente, el turista alemán volvió a cazar con los habitantes de la isla. Pero no regresó a la playa. La novia, trató de ir a buscarlo, y terminó amarrada a un arbol. Finalmente pudo escapar y se puso en contacto con la embajada alemana.

Por desgracia no encontraron a su pareja. Cerca de ahí, los policías se toparon con huesos humanos y ropa. Las Islas Marquesas, pertenecientes a la Polinesia Francesa, también tienen fama de que sus habitantes que en la antiguedad eran caníbales.



Empezando la  Ceremonia de Fuego



Mi esposo me tranquilizó y me dijo que no haríamos ninguna excursión exótica, que debíamos de alegrarnos de pasar unas vacaciones de playa por esos lados del planeta. Además, no había que olvidar que Fiji es un destino cien porciento para lunamieleros. ¡Y nosotros eramos dos lunamieleros con acompañantes. Nuestras dos hijas!

En fin, los días pasaron y el tiempo de viajar hasta aquel lado del mundo se llegó. Gracias a Dios todo salió bien y ahora me río de mis miedos de aquélla noche. Ahora sí, termino este paréntesis y me concentro a platicarles las vivencias del viaje a Fiji.


El estereotipo del caníbal no podría estar
mejor representado ¿Verdad?


La mañana del 17 de febrero dejamos Sydney, Australia. Volamos rumbo al aeropuerto de Nadi, con Virgin Australia. El viaje duró cuatro horas. Desde el avión veíamos las bellas vistas de las islas. Lo verde diluyéndose entre el azul del océano.

Y llegamos a su isla principal, Viti Levu. Al pasar la aduana y mostrar nuestros pasaportes, nos confrontamos con la principal característica de estas islas, su amabilidad. Un grupo de músicos, encargados de dar la bienvenida a los turistas, alternaba con sus instrumentos, las palabras de recepción  para todos: ¡Bula, bula!


En los Mares del Sur



Este hola fijiano, lo escucharíamos durante nuestra estancia en la isla. Cada vez que nos encontraramos con un empleado del hotel, nos dirían esta melodiosa frase. Pero también lo experimentamos cuando hicimos una excursión a un pueblo cercano al hotel.


Del aeropuerto, viajamos en un transporte del Hotel Intercontinental. El viaje duró como una hora hasta que llegamos a la playa Natadola. Llegamos y un empleado hizo sonar un tambor al mismo tiempo que nos decía Bula, Bula. Inmediatamente nos colocaron unos collares de conchitas y nos ofrecieron una bebida de frutas tropicales. Hacía un calor, delicioso. No debemos olvidar que nos estábamos escapando del invierno europeo.



Cerveza típica en el Sanasana


Era pasada la mediodía, y no hicimos mucho, más que disfrutar Fiji. Nos instalamos en el cuarto y después, nuestras hijas, totalmente desesperadas, se zambulleron en la piscina. Los jardines del Intercontinental, eran una manifestación a gritos de la flora de Fiji. Estábamos al sur del Océano Pácifico, no tan lejos de México.

El día lo terminamos cenando en un de los restaurantes del hotel, el Sanasana, con bufet, ideal para niños. Esa noche, el tema era la comida de Asia.



El Intercontinental  a la mañana siguiente

Antes de la cena, vimos en el patio del hotel, la Ceremonia del Fuego. Un grupo de fijianos, vestidos como aborígenes del país, se encargaban de encender con fuego las antorchas que iluminarían esa instalación durante toda la noche.

Esa noche dormimos de maravilla. Nuestras hijas vieron ranitas por todo el camino del restaurant al cuarto. En nuestra terraza, prendimos por unos minutos la luz, y ellas se dejaron aparecer.  Ranitas que cenaban insectos. Todo esto bajo la protección de las ventanas panorámicas de la ventana. No queríamos que los mosquitos durmieran con nosotros.  ¡Buenas noches ranitas, buenas noches Fiji!
Y hasta pronto mis estimados lectores, hasta el próximo Aterrizando en Fiji.

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