jueves, 10 de noviembre de 2011

París en tres días y dos noches

No hubo Disney esta vez ...

Este fin de semana pasado, viajamos de Basilea, Suiza, a París, Francia en lo que sería nuestro tercer viaje con nuestras dos hijas y no el primero como pareja. París fue uno de nuestros primeros destinos juntos y ahora, que estamos por cumplir el 14 de noviembre, 14 años de casados, quisimos celebrar ahí esta fecha tan especial. Y nada mejor que en la Ciudad del Amor, la Ciudad Luz.


Así la vimos el sábado por la mañana

De nuestros primeros dos viajes con las niñas habría mucho qué contar. Anéctodas divertidas con las peques, como cuando la menor, se durmió en pleno medio día frente de la Torre Eiffel. Nada la despertó de su pausa, ni el hecho de no dormir en cariola, sino en brazos de su padre. Hasta la dejó sentada en sus pies, mientras buscaba los boletos del Metro. Ahí estaba nuestra chiquita, bien acomodada arriba de sus pies y recargada en sus piernas. Ni se inmutó, seguía roncando.

De esto pasaron casi tres años. En este tercer viaje, nuestras hijas de 7 y 5 años, se concentrarían en la ciudad, y no en Disneylandia como en las visitas anteriores. Ya habían estado en Disneyland Hong Kong, y ahora las esperaba la Torre Eiffel y por lo menos, un museo, gracias a mi insistencia.

Nos fuimos el 4 de noviembre, viernes por la tarde con Air France. El vuelo iba lleno de ejecutivos que regresaban a sus hogares franceses y uno que otro turista como nosotros. Volamos por la tarde y llegamos cuando había oscurecido. Y dicho y hecho, la pequeña se durmió durante el vuelo. Sólo la mayor estaba con los ojos bien abiertos para ver la Torre desde el avión. Y se le hizo, porque ¡la vimos! Ahí estaba, toda iluminada bajo el cielo nocturno del otoño. Una señora parisina.

La llegada hasta el hotel La Résidence du Roy, muy cerquita de los Campos Elíseos, fue interminable. Era viernes por la noche, y el tráfico de lo más congestionado. Pero llegamos. Una vez instalados, decidimos explorar los alrededores, pues no conocíamos un local para cenar. Buscamos un típico bistro parisino, y lo encontramos. Cenamos en la belle ferronière, cuyo nombre hace honor a la pintura de Leonardo da Vinci, que se expone en el Louvre.


Los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo desde la Torre


Nosotros cenamos un bistec, o como dicen por ahí, pièce du Bouef. En ese momento me acordé que estabamos en Francia. Oh la la, había que hablar francés. Por suerte mi esposo sí lo habla. Para acompañar la cena, una copita de vino rojo y agua mineral. Ah, para las niñas, pedimos unos hot dogs. Estaban contentas con la selección.


Uno de sus bistros

Y oh sorpresa, lo que llegó fue un baguete de casi 30 centímetros con dos salchichas tipo viena en la mitad y repleto de queso. Y no sólo uno, sino que venía por partida doble. Uno para cada una. En fin, de la experiencia se aprende. Siempre hay que preguntar las porciones para niños, además que nos imaginamos el típico pan americano. Porque hasta en Suiza los hot dogs son los típicos.

Fue bonito cenar en este local y ver la vida de los parisinos que empezaban su fin de semana. Ellos y nosotros disfrutábamos de un noviembre demasiado caluroso para Europa. Con eso, ya nos dábamos por satisfechos. Buenas noches París. Bonne nuit.


Bonjour Mademoiselle


Y en la noche parisina, llovió a cántaros. Dormimos como angelitos y a la mañana siguiente, vimos como todo el pavimento estaba mojado. Desayunamos y nos fuimos caminando hasta la Torre Eiffel. Dejamos los abrigos de lana, y nos vestimos con las chaquetas de lluvia, pues por todos lados habíamos leído que ese día llovería con gran seguridad.

En el camino, disfrutamos los rayos del sol, que contradecían éstas predicciones. ¡Qué bueno cuando los meteorológos se equivocan.

A diferencia del verano, París no estaba llena de turistas. Y por el parque de la Torre Eiffel, vimos a sus parisinos corriendo por la mañana. Era sábado. Llegamos a comprar nuestros boletos para ver la ciudad desde esta torre. A las niñas les encantó la experiencia de viajar en el elevador y ver la panorámica de la ciudad.

Después caminamos hasta el Trocadero, y desde ahí hicimos miles de fotos frente a la Torre, como todos los turistas que pasan por ahí. Ya era mediodía y había qué comer. Escogimos otro bistro que el papá conocía de sus visitas de trabajo a la ciudad. Le Wilson, sí, así se llama. Wilson. Las hijas comieron espagueti a la napolitana, una porción para dos, finalmente aprendimos y nosotros, un famoso Quiche Lorraine. Y para finalizar, un espreso. Al terminar la pausa, nos fuimos caminando hasta el hotel, pasando por los Campos Elíseos, que sin duda es la avenida más ancha de Europa, y que está engalanada con el Arco del Triunfo. Toda una joya de la arquitectura y pilar de la historia francesa.

Esta avenida no duerme y siempre tiene movimiento. Ahí se encuentran comercios de todo tipo, y sucursales de los diseñadores franceses más famosos, como Louis Vuitton. Vimos una fila para entrar a ver las creaciones. Pero también vimos compradores no con una, sino con varias bolsas. Increíble, como si hubieran ido a la panadería.

Abercrombie and Fitch
La fila para entrar y ver las creaciones de Vuitton, era una miseria, en comparación con la fila para entrar a otra tienda. La de Abercrombie and Fitch. En primer lugar, nos sorprendimos, al verla, pues en primera instancia, pensamos que era la fila para entrar a una gelería o museo, porque el edificio en dónde ésta se encuentra, es muy especial arquitectónicamente hablando. Jovencitos y jovencitas esperaban paciente su turno para entrar y adquirir alguna prenda de esta compañía, o varias.
En fin, seguimos nuestro recorrido y llegamos al hotel, en dónde descansamos un poco, antes de continuar nuestro paseo por la ciudad, pasando por la Plaza de la Concordia, hasta el Centro Pompidu. Era sábado por la tarde, y la gente disfrutaba de su día libre. La ciudad vivía.



Mi macaron





Pasamos por el Museo de Louvre, mismo que ya habíamos visitado un par de años atrás. Espero visitarlo con las niñas durante nuestra próxima visita. Caminamos hasta la Opera y llegamos hasta la confitería Foucher, pues las niñas ya tenían las pilas bajas y nuestra caminata todavía continuaría. En Francia el chocolate es todo un arte y se encuentran muchas empresas artesanales que lo elaboran. Ladurée, es la confitería de moda en Paris. Todo mundo quiere probar sus delicias, y hay filas para entrar. Martin me trajo unos macarons, durante un viaje a Ginebra, así que esta vez nos ahorramos una fila. Pero estos dulces son famosos en toda Francia y las compañías como Foucher también los producen. Las niñas probaron unas lunetas de chocolate en forma de lágrima, y nosotros un macaron cada quien. Mi esposo de chocolate y yo de frambuesa. ¡Deliciosos! Ahora sí, a continuar la marcha.

Y hablando de marcha, el gobierno parisino quiere fomentar entre sus visitantes y habitantes, el uso de la bicicleta. Así es que quien lo desee, puede rentar una por un par de horas. Claro es interesante, pero con todo ese tráfico, y bueno, los franceses no son famosos por su buen conducir. Así es que vimos pocos bicicleteros. Pero eso sí, las bicis están bien bonitas.



Y llegamos al Centro Pompidou. Toda una joya arquitectónica. En su plaza vimos a muchos artistas callejeros, por llamarlos así, en términos neutrales, como malabaristas y hasta un estilista cortándole el cabello a una chica.

Haciendo uso de mi poder de convencimiento, entramos al Centro Pompidou, aunque el papá se resistía, por aquéllo de que las niñas estuvieran muy cansadas. Eran las cinco y media y después de hacer fila para comprar nuestras entradas, llevamos a las niñas al área especial para pequeños. A la Bioterra de Matali. Después fuimos al área de la exposición Contemporánea. Edvard Munch tuvo que esperar. Lo bueno es que yo ya había visitado una muestra de él en Hamburgo.


La Bioterra para niños

En el área de la exposición Contemporánea, las niñas se maravillaron con un hongo gigante de Carsten Höller. Vimos también un cuadro de Wharhol, el retrato de Elizabeth Taylor. Al salir del museo, las niñas estaban fascinadas, pero hambrientas. Así que esta vez no comimos en un bistro, sino en una pizzería. Finalmente llegamos al hotel. El tiempo se nos estaba acabando en la ciudad del amor.


El Sagrado Corazón en pleno domingo

Esa noche dormimos tan bien y tan profundo que nos despertamos a las ocho de la mañana. Caramba, esas sí que eran vacaciones. Eso fue lo bueno de la caminata, las niñas acabaron agotadas. Y ni qué decir de la experiencia del Museo.


Ahí estuvimos un poco y contemplamos la panorámica de la ciudad. Después tuvimos un poco de prisa por regresar, pero de todas maneras decidimos caminar. Caminando se conoce muy bien una ciudad. Y la lluvia no hizo acto de presencia.

En esa área de París, vimos a los parisinos ir por su baguete dominguero, mientras se mezclaban con los turistas que terminaban su paseo por la iglesia. La ciudad empezaba a despertarse.


París tiene un encanto para mí. Es cierto que es una ciudad inmensa, con un índice de población alto y con los problemas de las grandes ciudades. Pero una de sus cualidades, es ese estilo, su ambiente elegante, bohemio, ese no sé qué. Un misterio y una elegancia al mismo tiempo. El parisino o parisina tiene un estilo muy peculiar al vestir. Creo que al igual que los romanos, los franceses de París no necesitan experimentar mucho con la moda, tienen estilo que no lo delimita su condición económica. Con o sin prendas caras, se saben vestir con elegancia. Una elegancia atemporal que para las mujeres va desde la ropa hasta el inmaculado corte de pelo. Para mí no es un cliché, es una realidad. París es elegancia y clase, sin importar el estatus socioeconómico. Para otros europeos, los franceses son muy pedantes, pero de acuerdo a nuestras experiencias no podemos decir lo mismo. Siempre tuvimos buenas experiencias.

General Charles de Gaulle

Tristemente dejamos el hotel y no tuvimos tiempo de ir a un restaurant en la ciudad. Llegamos al Aeropuerto Charles de Gaulle, sin retraso. Aunque era domingo, ya circulaban muchos coches por las grandes avenidas. Documentamos las maletas en la misma terminal por dónde aterrizamos, misma que no conocíamos, pues estaba recién renovada y es especial para los vuelos en Europa.
Nuestra comida de mediodía fueron unos sandwiches para los tres miembros de mi familia, y para mi un quiche de berenjena y queso de cabra. De postre, ellos comieron un mararon gigante. Todo esto en la cafetería de la cadena de panaderías Paul, en la terminal internacional. Para llegar a ella, viajamos en autobús. Hay que recordar que el aeropuerto es enorme, uno de los más grandes del mundo.


En la Plaza de la Concordia

Todo salió bien y llegamos a Basilea el domingo por la tarde. Para nosotros fue muy hermoso volver a viajar a esta ciudad, pero para las niñas también fue un viaje para recordar. Las dos quedaron maravilladas de la Torre Eiffel, pues no sólo la contemplaron desde lejos, sino que vieron la ciudad dentro de ella. Ya quiero regresar a París con ellas, y claro, con su papá. ¿Acaso para el aniversario número 15 de casados?

Au revoir Paris, à bientôt!


Posdata: Nunca se les ocurra decirle a un italiano o italiana que París es la ciudad del amor. A mi regreso a Basilea, les platiqué a dos amigas de este país vecino lo que París era para mí y con todo el temperamento latino, me dicen, ¿qué te pasa?, Venecia es la ciudad del amor. No, dijo la otra, Roma. En fin, quizá cada quien hace de su ciudad favorita, la ciudad del amor.